Historia de la Filosofía en 787 palabras

Los postulados básicos de la epistemología de la Modernidad, alimentada al calor del nacimiento de la llamada “Nueva Ciencia”, apartaron a la cosmogonía aristotélica de la comprensión de la realidad, basada en la metafísica, en el ser y el logos como unidad, y la sustituyeron por una cosmogonía “científica”, que instauró una teoría del conocimiento cimentada en el imperio de la razón -logos- sobre el ser -ontos.

 

Aunque parezca paradójico a primera vista, el Renacimiento se caracteriza, en lo que a la filosofía concierne, en una más o menos solapada reivindicación de Platón frente a Aristóteles; ello a pesar de la previa recuperación de textos aristotélicos en Toledo y al significado histórico que muchos autores han querido dar a este hecho, erigiéndolo en uno de los jalones de la Modernidad. No en vano, la aportación cristiana al sistema aristotélico -la Tierra, estacionaria, es el centro del Universo y todo da vueltas alrededor de ella, de manera que el hombre participa de manera protagónica de la esencia de ese Universo-, deriva en una proposición del tipo siguiente: los hombres, temerosos hijos de Dios, debían pasarse el día orando para que el cielo no se les derrumbara sobre sus cabezas en el día del juicio final. Esta visión apocalíptica, sin embargo, quedó opacada por la luz de la razón. Pero el cristianismo, en tanto que sistema filosófico-religioso, se ha caracterizado por un mestizaje interesado a la hora de incorporar aportaciones de otras filosofías a su acervo ideológico, ya que sólo se hace permeable a aquello que reafirma la revelación de los textos sagrados.

 

En efecto, la Nueva Ciencia, la Modernidad, el discurso racionalista, parten de la apreciación de que el modelo aristotélico de Universo (Ptolomeo) se viene abajo con los descubrimientos de Copérnico, Galileo, Kepler y Newton: la Tierra no puede ser el centro del Universo porque gira alrededor del Sol. Ahora bien, por aquellas fechas todavía nadie se atrevía a poner en duda la participación activa de Dios en el ir, venir y devenir cotidiano o no de la humana vecindad. ¿Entonces? Dios existe, pero no interviene. Mira, si acaso ¿Cómo es eso posible? Inoculando el virus de Platón a los textos aristotélicos, labor que emprende con rigor Tomás de Aquino con su razón y fe, y que con el tiempo y el asentamiento del racionalismo cartesiano, conseguirá que la Iglesia se enfrente a un cisma entre católicos y protestantes, pues éstos últimos interpretarán la hegemonía de la razón hasta sus últimas consecuencias. La razón cartesiana llega a Dios pensándolo, no creyendo en él por la fe ciega a palo seco. Junto a ello, el desarrollo de la misma ciencia, el descubrimiento de otros continentes, el mercantilismo como nueva forma de relación entre países, la emergente burguesía, pedían paso a empujones en la Historia.

 

Ya asentado el pensamiento racionalista en Occidente, Kant y Hegel, con Platón al trasluz (como lo real y lo ideal son dos cosas bien distintas y el logos sólo es capaz de aprehender lo real), certificaron el divorcio definitivo entre el ser y el logos, poniendo en manos de una moral ideal -apriorística- la praxis social del nuevo hombre alumbrado en el Renacimiento; un nuevo hombre que se va a ver abocado a comprender que sólo lo racional es real. Aparece así una teoría del conocimiento que relega al ontos a la filosofía de la Historia -emancipación de la especie/de las clases sociales-, o a un historicismo abracadabrante, que nos muestra un ontos ñoño, fundido con la tradición y maleable socialmente, y del que se sospecha su paternidad a bulto: las nuevas clases pudientes que tenían que hacer frente al marxismo. Pero al mismo tiempo y curiosamente, desde el punto de vista epistemológico, el paroxismo del discurso de la Modernidad culmina en Marx, que se cree que hasta un modelo de sociedad, el socialista, puede ser científico. Platón alumbra el paraíso comunista a modo de utopía.

 

Nietzsche, de un lado, y Heidegger, de otro, mantienen heroicamente una comprensión aristotélica de la realidad, si bien como discursos poco ecuménicos, en la medida en que se enquistaron en el ámbito cultural germánico. De esta forma, esta corriente aristotélica, aunque guarda una base ontológica sabia, acaba en la praxis del fascismo. El ser común a todo Dasein termina por llamarse en la realidad Volksgeist con las nefastas consecuencias por todos conocidas.

 

Arribada la segunda mitad el siglo XX, la racionalidad científico-técnica se corona en el nuevo dios omnisciente, como se veía venir de lejos sin duda. Es el triunfo definitivo de la razón sobre la miseria humana, del logos sobre el ser. El hombre se convierte en un pequeño y soberbio dios que genera proyectos bajo la bandera del progreso. Pero la pregunta es ¿progreso hacia dónde?


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