Tractatus philosophiae: Del amor y la trascendencia

Hay belleza porque hay fealdad. Si todo fuera bello, no existiría la belleza, pues no podríamos apreciar esa condición. La condición de la percepción de lo bello tiene su fundamento en su propia antítesis, en lo feo. Todo lo que existe sólo es posible en equilibrio o armonía con su antagónico, como enseña el Tao. La vida es posible porque morimos. Si fuéramos eternos, nunca hubiéramos nacido a la vida ¿Pero es posible la eternidad? Sí. Como equilibrio de lo efímero. ¿Podemos identificar el atributo de la eternidad en algo? La eternidad solo es predicable de la idea de una esencia metafísica o espiritual. Lo espiritual se contrapone per sé a la materia que existe. Todo lo que existe es perecedero por naturaleza, por eso existe. La existencia de materia y vida se equilibra o armoniza en contraposición a una eventual esencia metafísica sobre la que desconocemos todo, en principio. Ello nos revela que nuestra vida es efecto, es decir, no es un producto casual o azaroso, sino causal, porque la vida no es eterna. Lo eterno no tiene principio ni fin, no tiene causa. Cualquier otra proposición no tiene sentido, nos llevaría directamente a la nada. Pero la nada no es posible, a pesar de Sartre, si lo que deseamos es aprehender el sentido de la vida.

 

Pero no se trata, sin embargo, de reemplazar frívolamente la insoportable idea de la nada con la creencia militante en una o varias entidades taumatúrgicas, según qué culturas, promotoras del universo y la vida, que tutelan nuestra existencia y premian o castigan nuestro comportamiento tras la muerte. Sin embargo, la física ubica el surgimiento de la materia y ulteriormente de la vida en el llamado big bang, justamente emergiendo ¿de la nada? Las ecuaciones matemáticas y la interpretación de la radiación de fondo del universo, al parecer, arrojan esos datos: la materia y la vida arrancan ¿de la nada?

 

Desafortunadamente, la ciencia sigue atascada, al menos, en dos cuestiones trascendentales para la comprensión de la vida y el universo: primera, no acierta a responder por qué se produce el big bang, qué lo genera, y segunda, no logra desentrañar el tránsito de la materia química sometida a las leyes físicas a la reacción bioquímica de la que surge la vida. Nuestro parecer, sin embargo, es que el primer átomo de hidrógeno del universo es efecto de una causa que lo origina, no surge por autogénesis, a expensas de que la física experimental desmienta este axioma. A esa causa que origina el primer átomo de materia, la vamos a denominar la Causa. No conviene, sin embargo, llevar a confusión esta afirmación. La llamada Causa no tiene por qué identificarse necesariamente con la existencia de una voluntad directora apriorística. La vida y el universo podrían tener una estructura lógica interna per sé. Para entender esto último, nos puede servir la siguiente metáfora de una reinterpretación hegeliana de dios: dios se inmola para generar la materia y la vida, dotando a ésta última de una predisposición a la trascendencia.

 

Existimos porque somos. Aunque no es lo mismo ser que existir, ambas connotaciones son indisociables del individuo o ser-que-existe por emplear la acertada expresión heideggeriana. El individuo tiene una naturaleza dual: existe y es, al mismo tiempo; más exactamente existe porque es, porque es el efecto de la causa que lo origina. Esta dualidad confiere al "ser que existe" una dimensión ontológica de origen, que podrá o no profundizar, dirigir o digerir de una manera u otra, pero que en cierto modo ya está presente en los registros de la antropología referentes a un homínido, que adquiere conciencia de su finitud, y se impone un código de conducta moral al decidir enterrar a los muertos de su clan. El individuo representa la materialización transitoria del espíritu de lo eterno.

 

¿Significa esto último que el ser humano tiene "alma"? "Alma" es un término asociado a creencias de orden religioso. Pero si se quiere llamar así a la incógnita que esconde la naturaleza dual del hombre, no hay porqué desautorizarla. Nadie que se sincere consigo mismo llega al convencimiento profundo de que su persona es poco más que mera materia evolucionada de polvo estelar, producto de la casualidad más aleatoria. La ciencia nunca va a poder despejar esa incógnita. La complejidad del ser humano confiere a éste una dimensión que rebasa la metodología científica que conocemos.

 

El hecho de existir nos otorga la posibilidad de degustar la tragedia de la vida. La vida confiere una identidad individual que permite experimentarla de un modo único y exclusivo para cada ser-que-existe. La vida es una tragedia porque esa identidad individual se trunca inexorablemente. Vivimos porque nos extinguiremos. Esa es la condición del existir.

 

La tragedia de la vida aboca al ser que existe a la angustia y la desesperación por encontrar un sentido a su existencia finalmente extinta. Sin embargo, el individuo ha sido dotado por la Causa de dos instrumentos de navegación por la vida de un valor inestimable: el sentimiento del amor y la posibilidad de apreciación de la belleza. El amor es, sin duda, el atributo más extraordinario de nuestra existencia. Es, en esencia, lo único que da sentido a ella, como se explica más adelante. La belleza, por su parte, proporciona al individuo que logra conmover, un disfrute para los sentidos que lo conectan con sensaciones profundas de difícil explicación científica. La percepción de la belleza equilibra y armoniza la fealdad del mundo. La belleza no solo es predicable de las artes producto de la creación humana, sino también de la contemplación del espectáculo que escenifican la naturaleza y el universo ante nuestros ojos.

 

Para entender qué sea la vida, podemos acogernos al modelo literario de la vida como un sueño. En cualquier caso lo que acontezca en la vida de cada cual es irrelevante a priori, pues en sí misma, la vida no tiene sentido. La vida solo encuentra sentido como prueba. Valga pues la prueba de vivir un sueño, con su correspondiente guión y utillaje. Las características de tal prueba están escritas en el código genético de cada uno y contextualizadas en las circunstancias histórico-geográficas que la escenifican. Son deterministas porque no son negociables. La prueba, el tránsito por el sueño de la vida, no consiste en creerse el sueño, sino en actuar en él siendo conscientes de su irrelevancia, de tal manera que ello impela al sujeto que lo vive a dotarlo de una dimensión trascendente durante el tiempo que dure, pues el final el sueño es único e idéntico para todos: la muerte del individuo. Esta voluntad de dotar de una dimensión trascendente a la existencia del individuo la llamaremos búsqueda de sentido a la existencia, y se trata de una decisión discrecional del propio individuo. El individuo que desista de esta búsqueda, la vida acabará para él sin haber entendido porqué y para qué ha existido. A esto lo denominaremos el absurdo de la existencia. Una existencia que no ha sido dotada de sentido deviene en absurda. Ese individuo ha desperdiciado la oportunidad única y extraordinaria de haber nacido al mundo y no haber comprendido nada.

 

La vida, pues, es una suerte de prueba que debemos sortear para que no devenga en un absurdo. Aquél que consiga dotarla de sentido, habrá revalidado el reto ¿Tiene recompensa superar el reto? Sí. La profunda satisfacción de haber existido de la única forma que conecta la existencia física del sujeto con la trascendencia del ser que porta.

 

¿Qué significa trascendencia? Trascendente es todo aquello que nos conecta con el sentimiento del amor, una energía compleja y de difícil gestión con la que hemos sido agraciados. El amor es una forma de energía que tiene un registro bioquímico en el organismo. Este tipo de energía es tan poderosa y consustancial a la vida humana que sepamos, como pueda serlo en la naturaleza la fuerza de la gravedad, el electromagnetismo o la energía nuclear.

 

¿Por qué el amor es una energía compleja y de difícil gestión? Porque no es manipulable por el individuo que la experimenta. Surge al parecer de manera aleatoria, determinando el pensar y actuar del sujeto. La energía del amor se puede experimentar con distinta intensidad y de distinta manera, dependiendo de las vivencias de la persona y de hacia a quién se dirija. Sólo cuándo conectamos con el sentimiento del amor, entramos en una dimensión distinta de cualquier otra circunstancia gratificante que podamos vivir durante nuestra existencia. Sólo en la vivencia del amor, se consigue trascender el absurdo de la existencia.

 

¿Esa trascendencia desvela algún devenir de orden metafísico para el ser-que-existe tras la finalización de su existencia? Desde el punto de vista individual no se intuye la recompensa. El individuo deja de existir con la muerte. El ser trascendente que portamos se difumina y confunde en el horizonte de nuestra limitada visión del más allá. Debemos de aceptar que no hay paraíso hedonista que premie una existencia acertada ¿Por qué debo dotar de sentido a mi existencia si no hay recompensa cierta tras la muerte? Porque es la única manera de gestionar la energía del amor satisfactoriamente, lo que al fin nos lleva a aprehender nuestra existencia de un modo pleno. No tiene sentido esperar recompensa por la obra bien hecha. La satisfacción obtenida al dotar de sentido a la existencia es ya en sí misma la recompensa que aflora en forma de dicha y paz interior el tiempo que gozamos de vida.

 

¿Dónde queda la eternidad como equilibrio de lo efímero de la vida y la materia del universo? En la repetición del ciclo de la vida. Parafraseando a Nietzsche, se trataría del eterno retorno de la vida como expresión material e individual del espíritu de lo eterno ¿Cómo explicaríamos desde parámetros científicos esta tesis del eterno retorno? De la siguiente guisa: cuando una vida se extingue, surge otra; cuando un planeta que alberga vida su estrella o estrellas dejan de generar las condiciones para que aquélla continúe prosperando, la vida surgirá en otros sistemas estelares; cuando el universo se extinga, lo hará por implosión (big crunch), generando ulteriormente una nueva explosión (big bang) en un ciclo sin fin, o, bien, es que nuestro universo es un multiverso infinito. Que nos lo explique la astrofísica.


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